21/3/08

Las personas con creencias religiosos están más sanas


Considerar aspectos religiosos y espirituales en el campo médico y científico es bastante difícil y delicado, dado que ambas cuestiones pertenecen a mundos distintos dentro de los límites que se conciben en la existencia humana.

Resulta interesante recordar cómo, a lo largo de la historia de la medicina, las interpretaciones científicas sobre las dolencias humanas han sido variables y cambiantes: al principio se consideró el cuerpo como el asiento principal de las enfermedades; después se pasó a una interpretación psicológica o psicosomática de aquellas que no presentaban un origen orgánico para, finalmente, hecho que está alcanzando cada vez mayor evidencia y aceptación, considerarlas bajo una visión mucho más integrada y holística en las que confluyen múltiples factores biológicos, psíquicos, sociofamiliares, laborales, económicos, culturales y medioambientales. Resulta cierto que el hombre es considerado como un ser espiritual por personas, científicos y estudiosos que profesan alguna creencia religiosa. También lo es que este campo de la influencia de lo religioso y espiritual sobre la salud, ha sido poco tratado y por ello existe escasa literatura científica sobre cómo actúan los factores espirituales en la génesis y/o curación de las dolencias humanas y menos aún de cómo sacar provecho terapéutico o curativo de esos impulsos o estados internos positivos como son la fe, la esperanza, confianza en la providencia divina, etc., dentro de la práctica médica general o especializada. La geriatría y gerontología como actividades y especialidades integrales y multidisciplinarias valoran mucho que las personas mayores adopten una actitud espiritual confiada y esperanzadora, sobre todo cuando sufren enfermedades crónicas y degenerativas que conducen irremisiblemente a la incapacidad y a la muerte.

No sólo resulta interesante valorar estos aspectos desde un punto de vista curativo y rehabilitador sino también en el plano preventivo y consolador.

Aunque muchas argumentaciones y narraciones que aparecen en algunos libros son anecdóticas, la psicología existencial y transpersonal ha demostrado que tales actitudes espirituales positivas no solo son útiles y reales, sino muy recomendables en el ámbito de la salud física y mental.

Pero estos aspectos, como decíamos al principio, son delicados pues no podemos recomendar sistemáticamente a todas las personas que se hagan religiosas y creyentes a fin de mejorar su salud, resistir mejor una enfermedad mortal, superar un infortunio o evitar un suicidio.

No obstante, observamos que en el desarrollo de algunos casos de la práctica médica entran en juego unos factores que se salen de los límites comunes de la psicología y la psiquiatría.

Es difícil precisar si el hombre, a medida que va envejeciendo, se va haciendo cada vez más religioso o en el sentir de Einstein “se va preguntando cada vez más sobre el sentido de la vida”, pero de ningún modo hay que confundir la pérdida de la ilusión por la vida (lo cual sería patológico) con un sentido de maduración que nos va haciendo diferenciar cada vez más lo intrascendente, lo efímero, lo superfluo, de lo verdaderamente trascendente e importante en la misma.

El pilar donde se asienta el espíritu religioso hacia abajo es lo humano y hacia arriba es Dios.

A este respecto, el sentirse a gusto y en paz consigo mismo por tener una sensación del deber cumplido y una conciencia tranquila es un bien muy apreciable.

El malestar espiritual que no tiene porqué ser de origen físico o psicológico, se detecta mucho más en la vejez cuando nos quedamos solos o aislados con la sensación de un pasado estéril o vacío, de no ser apreciados o reconocidos por nuestros familiares y semejantes y bajo la influencia directa o indirecta del miedo a la muerte, de la enfermedad incapacitante, de la culpa y el dolor.

Nos preguntamos si existe alguna fórmula concreta para sacar el máximo provecho de la religión y espiritualidad para mejorar la salud, las relaciones humanas y tener éxito en la vida.

Los efectos religiosos de la práctica del bien o de la tranquilidad de conciencia son más difíciles de objetivar y valorar en el plano orgánico, psicológico o científico que los de los medicamentos, por ejemplo, pero muchas veces somos nosotros mismos, como testigos directos, los que apreciamos dichos efectos en función de nuestro bienestar.

Es fácil concebir que cuando la psique está turbada también lo estará el cuerpo y que un espíritu turbado también puede perturbar a la psique y al cuerpo. Es decir, todo esto se debe valorar en el hombre en función de una unidad biopsicosocial y espiritual propia.

Decía Montaigne que “si me acompaña una buena salud y un día espléndido, me siento como por naturaleza corresponde, un hombre bueno y honesto, pero si tengo un callo en el pie que me duele mucho, me vuelvo tosco, malhumorado e intratable”. Estas palabras de Montaigne expresan de una manera gráfica y sencilla la triste servidumbre de nuestro espíritu.

Observamos efectivamente que el estado espiritual de una persona puede influir sobre su psique, cuerpo y relaciones humanas, pero nos preguntamos ¿existen evidencias al respecto? Según estudios estadounidenses, la espiritualidad ayuda a tener mejor salud.

Si se entiende la espiritualidad como la creencia en un ser o poder superior que da sentido a la vida, dicha espiritualidad puede mejorar la salud en general y puede prolongar la vida según estudios publicados en "Demography" y en "Family Medicine".

En un primer estudio, investigaciones del “Population Research Center of University of Texas” (Estados Unidos) sugieren que las personas que acuden a los servicios religiosos están más sanas que las que no acuden y además son menos propensas a fumar y a beber cantidades excesivas de alcohol. Los fuertes lazos sociales que mantienen los feligreses pueden ayudar a mejorar las funciones del sistema inmunológico, mejorando así, la salud en general.

En un segundo estudio realizado en una consulta médica por investigadores del “Georgian Baptist Family Practice Residency Program”, los pacientes que afirmaban ser moderada o altamente espirituales, disfrutaban de mejor salud y menos dolores físicos que los que tenían niveles bajos de espiritualidad.

La práctica religiosa es beneficiosa para la salud, para la hipertensión arterial y las enfermedades del corazón, según demuestra una investigación del Dr. Dale A. Mathews de la Universidad de Georgetown (Estados Unidos). A su vez, los pacientes del estudio bajo los efectos de la práctica religiosa estaban menos expuestos a actividades perjudiciales frente a la vida y a los malos hábitos. Finalmente también se evidenció que las oraciones que acompañan a dichas prácticas, disminuyen las hormonas del estrés como la adrenalina.

Según la opinión de algunos autores espiritualistas como Alexis Carrel, William James, etc., la oración es una fuerza espiritual importantísima en los momentos difíciles, ya que con su auxilio expresamos nuestras turbaciones y preocupaciones, nos produce una sensación de descarga, de consuelo, de no estar solos y nos incita a actuar o a movilizarnos para cambiar nuestra situación.

En otro estudio se ha evidenciado que creer en algo superior disminuye el nivel de angustia vital. Según se ha revelado en una conferencia sobre espiritualidad y medicina (coordinada por el Dr. Harold Koening) una arraigada fe personal y un sistema social de apoyo como los que proveen los integrantes de una comunidad parroquial, pueden reducir el riesgo de muerte tras cirugía cardiaca.

Finalmente se ha evidenciado en otra investigación que acudir a la iglesia una vez por semana mejora la salud de los ancianos.

Las personas mayores que acuden al menos una vez por semana a un servicio religioso mantienen un nivel físico y mental más saludable que los que no lo hacen; además, sus niveles en sangre de la proteína del sistema inmune Interleucina-6, son menores. Esta es la conclusión de un estudio realizado en la Universidad de Duke en Carolina del Norte (Estados Unidos) sobre más de 1.700 personas mayores de 65 años con la colaboración del “National Institute of Aging”. El 60% de los ancianos analizados acudían regularmente a algún servicio religioso y presentaban menores niveles de estrés y depresión que el resto de los ancianos y un mejor afrontamiento frente a ambos trastornos. Una de las posibles causas apuntadas por los investigadores es el menor nivel en sangre de la Interleucina-6, lo que potencia el sistema inmune. Existen algunos estudios más, respaldados por eminentes psicoterapeutas, sociólogos, etc., pero no queremos relatarlos para no alargar demasiado esta narración. Todos ellos coinciden en que la fe, la esperanza, espiritualidad, práctica religiosa, etc., mejoran la salud, la inmunidad y resistencia psicocorporal. Hay que entender también que las personas creyentes o religiosas practicantes se hacen más responsables de su salud y suelen adoptar hábitos de vida más saludables. En un sentido estrictamente religioso, la persona que posee una verdadera fe permanece fiel a la ley divina y por lo general es alegre.

La satisfacción del deber cumplido, el dominio de las ataduras y pasiones de la vida, la oración frecuente, son fuentes de consuelo y contento para cualquier persona que quiera mantener su equilibrio psicoespiritual y sobre todo para los enfermos, afligidos y ancianos. Los grandes místicos, las personas que más se han significado por su santidad han sido joviales y alegres. San Francisco de Asis “el hermano siempre contento”, San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús fueron personas de buen humor.

Unas palabras sobre los médicos

En la entrada principal del hospital general de Viena, un hospital que el emperador Jose II cedió a su pueblo, está grabada esta inscripción “Saluti et Solatio Aegrorum” por la que se dice que dicho establecimiento no solo estaba destinado a curar sino a consolar a los enfermos. En el reglamento de la “American Medical Association” se encuentra una indicación similar “el médico también debe consolar las almas”. Esto no es en modo alguno exclusivo del psiquiatra. Es total y absolutamente tarea de todo médico dedicado a su profesión.

El médico debe entender que la dimensión en la que se encuentra el hombre religioso es más elevada, es decir, más amplia y universal que la dimensión en la que se mueve la psicoterapia (según comenta Viktor E. Frankl en su libro “Ante el vacío existencial”). Ser religioso o tener una visión espiritual sobre la vida es plantearse o preguntarse sobre el sentido de la misma como lo han referido Einstein, Paul Tillich, Ludwig Wittgenstein y otros filósofos. La fe religiosa sería precisamente confiar en ese suprasentido. No se puede vivir sólo de lo que se ve, se sabe o se tiene. Es muy necesario vivir también de lo que se espera. Pero hay que entender que con la fe solo no basta, ya que hay que practicar el amor verdadero, que es la fuerza que se vive como si tuviera que vivirse para siempre. Sólo él es capaz de tener sentido de eternidad, pues una vida eterna sin amor es más una amenaza que una promesa.

Los pacientes

En los planes de la creación del mundo está previsto que el hombre disfrute de todos aquellos placeres y satisfacciones sanos y buenos que la vida ofrece, pero indudablemente no es ésta la principal finalidad del hombre sobre la tierra, sino el desarrollo y expresión de las elevadas cualidades espirituales que tiene en potencia. Esta autorrealización del ser humano tropieza muchas veces con innumerables obstáculos y dificultades como la enfermedad, incapacidad, neurosis, pobreza, accidentes, infortunios... que se detectarán cada vez más en la vejez. La religión y la medicina pueden liberar a la persona de muchas de sus dificultades e impedimentos en el curso de su autorrealización. Le pueden seguir diferentes objetivos conscientes e inconscientes, correctos o erróneos... pero a la postre el fin último será la muerte. Animalidad, racionalidad, idealismo, pragmatismo, espiritualidad... pugnan enconadamente en la vida de los hombres por anularse. Como decía Séneca, “todos nos lamentamos de la brevedad de la vida y sin embargo pasamos mucho tiempo sin saber como emplearlo. Gran parte de la vida la pasamos en hacer el mal, buena parte en no hacer nada y casi toda ella en hacer lo contrario de lo que deberíamos”. El problema del más allá es siempre acuciante en la mente del hombre con espíritu recto y conscientemente previsor. El encadenamiento y correlación entre estas dimensiones y su hechos: el pasado, la vida actual y el futuro, advierten al hombre, a veces, lamentablemente demasiado tarde o solo en determinados momentos, sobre una visión seria y consecuente de la vida. Estas trayectorias, conductas o visiones de la vida más o menos dilatadas, más o menos acertadas o afortunadas, desembocarán como se lee en el reloj de la catedral de Leipzig “Mors certa, hora incerta” (muerte segura en hora incierta) que pone al hombre al día frente a la cruda realidad.

Conclusiones

En los países capitalistas y superdesarrollados se fomenta abierta o solapadamente la práctica médica individual, curativa y mercantilista, aunque a veces se disfrace con vestimentas de medicina (o sistema sanitario) con alto contenido social y humanista. Como respuesta a esta situación de estaticismo y cambios simulados, profesionales médicos y sanitarios, científicos y sociólogos hablan de la necesidad de cambios más radicales, humanos y profundos. Se cree sinceramente que los cambios deben partir de los propios médicos o profesionales entendidos o comprometidos con la medicina y ciencias de la salud. Se requiere una redefinición de la medicina actual con proyección hacia el siglo XXI que muestre y opere a través de objetivos claros y se establezcan sus límites, recursos e ideologías. A este respecto conviene recordar las palabras del insigne psicoterapeuta alemán Viktor von Weizsacker: “No sólo las anginas, la tuberculosis y el cáncer entran en el campo de las enfermedades, también pertenecen a él la medicina misma. También las culturas, las políticas, las artes, las ciencias y las religiones tienen sus enfermedades” (Pathosophie, Sotinga, 1.956).

Con ello se puede entender cómo los saberes y las ciencias humanas pueden enfermar y atravesar crisis. Particularmente la medicina ha sufrido en los últimos tiempos crisis de deshumanización, masificación, mercantilismo y tecnificación que inducen a una reconsideración de esta ciencia importantísima que al fin y al cabo lo que persigue es la salud integral del hombre. Si, de cara a la medicina del próximo siglo, se logra conjuntar la habilidad científica, la capacidad o destreza técnica, la ética, la moral, los valores naturales o biológicos de la salud, la subjetividad del arte de curar y el humanismo, iremos por buen camino. Si por el contrario no se es capaz de conjugar estos elementos, se hablará cada vez más de especialidades, subespecialidades, fragmentaciones...

Acordémonos, si nos acercamos demasiado a un árbol perderemos la visión grandiosa del bosque. Este será el punto de confluencia, el reto que nos depara el futuro.

En las relaciones de las religiones con la salud, sabemos que todas las religiones han nacido de un principio moral. Todas ellas están relacionadas de algún modo con el cuidado de la salud y conservación de la vida.

Worcester y Mc. Combe en su obra “La religión y la medicina” dicen lo siguiente: San Pablo, Orígenes, San Agustín, San Francisco de Asis... convienen en que la iglesia jamás estuvo tan cerca de la realización de la doctrina de Cristo que cuando se ocupa de curar a los enfermos. Así pues, vemos que en los principales sistemas religiosos, incluyendo los de Zarathustra, Osiris, Buda, Brahama, Tao, Mahoma, Moises, Cristo... se observa este principio: “No destruyáis la vida, sino aumentarla, conservarla ya sea por medio de la higiene, del amor al prójimo, de la paz, de la compasión, etc”.

Los fundadores de las grandes religiones han predicado la paz y se han dedicado a la curación de los enfermos, porque paz, salud y amor son los más efectivos medios para favorecer y cumplir dicha ley, tanto desde un punto de vista individual como colectivo. La religión y la medicina bien aplicadas crean salud y bienestar en el hombre, pero también sucede a la inversa, cuando se mejora la salud físico-mental, cuando el hombre se libera de su neurosis y egoísmo, éste tiende a ser más sociable, comunicativo y alegre. Se hace, entonces, más altruista, solidario y caritativo y suele entender mejor el equilibrio espiritual de la vida y del universo.

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